viernes, 5 de noviembre de 2010

El nuevo Arequipazo PARTE II

En Arequipa se viene gestando una nueva revolución económica y social. Los tres centros comerciales que tendrá a finales de este año son solo una señal, y el “comienzo” para una región en la que se invertirán US$ 7.000 millones en el próximo lustro. Los retos también son muchos.

Por David Rivera y Christian Navarro

Historia de una revolución

La apreciación de Palacios sobre el resurgir de Arequipa coincide con la de otros entrevistados, como el saliente alcalde Simón Balbuena. La Ciudad Blanca, en general, venía siguiendo el mismo proceso del país hasta el Arequipazo, en junio del 2002.

El parque industrial prácticamente desapareció con las reformas y la liberalización de los noventa; comenzó a despegar hacia 1994-1995; la recesión internacional de 1998 los golpeó como al resto del país (y con ella terminaron de morir las empresas que tenían que morir); y en el 2000 solo quedaban algunos buques insignia como Gloria, Laive y algunas textiles.

El retorno a la democracia en el 2001 había comenzado a generar una nueva expectativa y a mover la economía. Prueba de ello fue que en abril del 2002 la ciudad vio aparecer al primer centro comercial de provincias: el complejo de Saga Falabella en la Avenida del Ejército, en el corazón del residencial barrio de Cayma. “Los arequipeños comenzaron a sentir que ya tenían algo que perder”, señala Palacios. La ciudad ya era “visible”, “elegible”.

El presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Arequipa, Julio Morriberón, opina que hay un “antes” y un “después” de la llegada de Falabella. “La señal fue que había un mercado maduro y preparado para la modernidad”, afirma. Además, fue un hecho que levantó el ego ciudadano. “Nosotros no podíamos creer que la apertura de los cines fuera primera plana en los diarios de la ciudad”, recuerda uno de los ejecutivos que participó en el arribo a la ciudad de Cine Planet, una cadena que también forma parte de ese complejo comercial. Así, esta llegada rompió con una costumbre arraigada en los arequipeños: el estatus estaba definido no por quién tenía más o gastaba más dinero, sino por quién ahorraba más. Eso cambió desde ese momento.

Pero entonces, se produjo el Arequipazo y dejó desconcertado al empresariado. “Se vivía una situación de desesperanza”, confiesa un ejecutivo de Lima cuyo negocio ingresó al mercado arequipeño en esa época.

Sin embargo, para Morriberón el levantamiento no expresaba un rechazo a la inversión privada, sino que era una muestra de dignidad, una respuesta a la forma en la que se pretendía proceder con la privatización, sin explicar nada ni escuchar la posición de los arequipeños. “En Arequipa nunca ha habido una oposición contra la inversión privada”, asegura. El Arequipazo, consideran otros, también habría sido un respuesta a la postergación que recibieron durante el gobierno de Alberto Fujimori, más aun después del terremoto que azotó la ciudad en junio del 2001. De otro modo, Arequipa jamás hubiera dado pase a Cerro Verde, uno de los proyectos privados que han dinamizado su economía.

Revuelta y reconstrucción

La etapa posterior al Arequipazo, durante la reconstrucción de la ciudad, también gestó otro punto de quiebre relacionado con un cambio de actitud en el empresariado sureño, que tomó la iniciativa y se organizó al ver la inoperancia estatal con los recursos públicos que llegaban para volver a levantar la infraestructura caída durante el sismo del 2001. Fueron las empresas arequipeñas las que gestionaron e incluso financiaron algunas de estas obras.

En el 2003, la campaña de promoción del Perú como destino turístico en Europa y Estados Unidos, trajo como consecuencia el despertar del turismo en la región, sobre todo de la mano de la apertura del Colca como lugar de visita en el circuito turístico del sur. Ese año se duplicó el número de arribos a la ciudad y el número de pernoctaciones, según datos de Promperú.

En paralelo, el crecimiento de Lima empezó a irradiar —“chorrear”, dirían otros— a las provincias y se vieron los primeros frutos de los cultivos de agroexportación, como el pimiento piquillo, la palta y las alcachofas; así como el despegue de productos más tradicionales, como las cebollas, el orégano y los ajos. Al mismo tiempo, comenzaron a aparecer grandes campos ganaderos para abastecer de leche a la más transnacional de las firmas arequipeñas, Gloria, y el sector lácteo comenzó a repuntar.

En el 2007 fue el turno de la minería, de la mano de un boom en el precio de los metales. Ese año Phelps Dodge fue adquirida por Freeport-McMoRan Copper & Gold, como parte de la ola de fusiones entre las mineras globales, y Cerro Verde culminó un proyecto de ampliación que la llevó a más que duplicar su capacidad de producción con inversiones agregadas de unos US$ 850 millones. Con ello, se convirtió en una de las locomotoras de la economía regional: solo ese año, el PBI de Arequipa creció un sorprendente 15,5% anual. Un año antes, los ejecutivos de la minera se jactaban de haber cuadruplicado la producción de la mina desde su privatización y de haber reducido los costos en 40%.

Pero el boom de los precios de los metales se sintió también a través de otras minas del sur como la cusqueña Tintaya (explotada por Xstrata), cuyo canal de exportación es el puerto arequipeño de Matarani, y otras como Ares, Arcata (ambas en Arequipa y propiedad de Hochschild Mining PLC) y Minsur (en Puno, propiedad del grupo Brescia), que tienen a la Ciudad Blanca como su base en el sur, lugar de residencia para sus ejecutivos y sus familias y, sobre todo, plaza para sus gastos o inversiones.

Perlas del boom

Con todo esto, los ingresos de las familias arequipeñas se han disparado, y se han incrementado en cerca de 60% en los últimos seis años. La Encuesta Nacional de Hogares así lo refleja.

Ello ha significado, en primer lugar, un boom inmobiliario. Los terrenos en Cayma han pasado de valer US$ 80 por metro cuadrado a US$ 400 en unos cinco años. Y en Mejía, el Asia de los arequipeños, el alquiler de una casa en primera fila, que costaba US$ 1.000 mensuales hace cinco años, hoy vale US$ 3.000. “Siempre ha habido gente en Mejía, pero ahora hay una explosión”, afirma Palacios. Según la oficina del Banco Central de Reserva en Arequipa, en los últimos 10 años los precios de las viviendas se han multiplicado por 10 en algunas zonas. “Los recursos provenientes de la minería están distorsionando el mercado, no solo por los ejecutivos de la mina sino también por el personal técnico. Cerro Verde no tiene campamento, entonces las viviendas, comercio y servicios se toman en la ciudad”, refieren.

Quimera, por ejemplo, ha crecido con la ola inmobiliaria pero se prepara para competir más agresivamente, en vista de que los ingresos de la minería seguirán aumentando y van a tener que competir con las grandes constructoras, que ya han puesto los ojos en Arequipa y andan en busca de proyectos. “Son discretos, pero hay varios gerentes de las constructoras grandes de Lima que están dando vueltas por la ciudad”, comenta una fuente cercana a estas empresas. Eso explica que Quimera haya contratado a una consultora para encabezar un proceso de mejora organizacional y así adaptar normas de buen gobierno corporativo, algo que le permitirá salir al mercado de capitales a levantar financiamiento para sus proyectos.

Pero el comercio también se ha dinamizado. Antes de que finalice este año, Arequipa pasará de tener un solo centro comercial tipo power center, el complejo de Saga Falabella en Cayma (donde operan la tienda por departamentos, Cine Planet, El Súper y un reducido número de tiendas pequeñas y restaurantes de comida rápida), a contar con tres centros comerciales de mayores dimensiones, operados por los líderes de la avanzada de este negocio: Real Plaza, la empresa del grupo Interbank; y las empresas de capital chileno Parque Arauco y Mall Aventura Plaza. Todos con los formatos que compiten en Lima y más. Sus inversiones superan los US$ 130 millones y están teniendo un efecto dinamizador de la construcción local.

Fuente: poder360.com   15 de octubre 2010